¿QUIÉN ERES?

Disclaimer: Los personajes no son de mi autoría sino de la estupenda creadora de la saga, S. Meyer.  Por otra parte, la trama, es mía. Esta historia, narra temas controversiales y que pueden causar algún tipo de molestia o incomodidad, por lo tanto, si no tienes criterio formado, te sugiero, no leas.

 

 

Capítulo editado por Jo Ulloa

 

La gran pregunta que nunca ha sido contestada y a la cual todavía no he podido responder, a pesar de mis treinta años de investigación del alma femenina, es: ¿qué quiere una mujer?

Sigmund Freud

CAPÍTULO 7

¿QUIÉN ERES?

EDWARD'S POV

La cinta de la máquina fue reduciendo poco a poco su velocidad. Los cincuenta minutos que corría a diario se me habían ido en un parpadeo esa mañana. Me sequé el sudor de la cara con una toalla y luego la pasé por mi cuello. Salí del gimnasio y me dirigí a mi habitación, específicamente al baño, donde encendí el pequeño sauna para que empezara asoltar su vapor. Me desvestí y entré en el, recostándome en las barras de madera que funcionaban como banca.

Isabella Swan

¿En qué carajos me estaba metiendo? Me llevé las palmas de las manos a la frente, presionándolas para tratar de aclarar mis pensamientos, mas ya era un poco tarde para recapitulaciones, yo había aceptado darle una oportunidad y si de algo podía jactarme, era de que por ningún motivo yo rompía mi palabra, no importaban las circunstancias y esa mañana precisamente pensaba en eso, en las circunstancias, pero en las que habían impulsado a Isabella a hacerme tal proposición y en las que yo mismo tuve para aceptarla. Estaba un poco confundido, ya que ella no era definitivamente una chica que perteneciera al tipo de ambiente en el cual me movía. Parecía que estaba ahí por casualidad, estaba muy seguro de eso porque esa fue la impresión que me dio cuando la vi por primera vez esa noche en el Nasty. Sus ojos intrigados por la escena que estaba presenciando y que Tanya tan magistralmente protagonizaba. Recuerdo muy bien ese momento, verla mirarme desconcertada y luego bajé la mirada por su cuerpo envuelto en un ceñido vestido… rojo.

Maldije en ese instante y apresuré mi salida, tan rápido como pude pero no logré irme sin verla de nuevo. Subí a mi auto y huí de ahí a toda velocidad; la aguja del velocímetro iba subiendo de prisa hasta que sin darme cuenta estuve en las afueras de Londres. La adrenalina que me causaba la velocidad reemplazó al otro tipo de adrenalina que fluía por mi cuerpo producida por cierto detonante sin que yo pudiera evitarlo.

Ya había estado sudando en el sauna el tiempo suficiente, así que salí del vaporoso cubículo y fui directo a la ducha. El torrente de agua fría caía por mi cuerpo despejándome por completo y preparándome para un día por demás difícil. La junta de inversionistas para un nuevo proyecto me esperaba al medio día. Sí, apenas estaba empezando la construcción de un complejo aquí en Londres pero este mundo es de lo listos y yo siempre iba un paso —o dos— delante de los demás. Había llegado el momento de extenderme por Asia y lo haría con un nuevo complejo de hoteles boutique; nada muy diferente a los demás, lujoso y muy exclusivo pero enfocado especialmente para el descanso, la relajación, meditación, para cultivar el espíritu o simplemente para no hacer nada. Excelente para el mundo sibarita. Si lo sabría yo.

Me vestí tranquilamente y fui a ver a mis padres. Estaba siempre tan ocupado que a veces pasaban un par de semanas y no los veía. Aquí era cuando mi madre, que no se conformaba con una llamada, comenzaba a gritar improperios y se transformaba en algo muy distinto a la dulce Esme que todos conocían. Mi padre en cambio, era todo lo contrario, tal vez por su condición; había sufrido un infarto y después tuvieron que practicarle un bypass que lo alejó por completo del mundo de los negocios y tuve que tomar su lugar. Mentiría si dijera que no esperaba con ansias demostrar de lo que era capaz, pero nunca imaginé que sería a causa de tales desafortunadas condiciones. Es por eso que desde el momento que asumí todo el mando y la responsabilidad de Cullen Organization, me volqué en hacer crecer la empresa concentrando todo mi esfuerzo y empeño logrando así hacerla una de las más grandes del mundo inmobiliario, hotelero o de cualquier otro ámbito en el que se me ocurriera incursionar.

No podía negar que adoraba tener ese 'Toque de Rey Midas' que todos envidiaban, pero era verdad; tenía visión y me gustaba arriesgarme. Arremetía sin miedo e iba con todo cuando quería algo. No había obstáculos para mí, no había imposibles, yo solo fijaba la mirada en mi objetivo y hacía lo que fuera necesario para obtenerlo. ¿Qué también me había ganado la fama de ser algo inhumano en los negocios? Claro que sí. ¿Qué mansa oveja tiene la posibilidad de salir victoriosa en una guerra entre leones por su presa, el éxito? Y ese éxito traía poder y ese poder se mantenía siendo un poco 'despiadado' y obteniendo toda la información posible por todos lados, de lo que fuera, no importaba. Hasta el más mínimo e inocente desliz o indiscreción podría servir después como un as bajo la manga cuando se apostaba por el codiciado premio y yo, siempre estaba en la lucha por el poder.

—¡Edward! Hijo… —Mi madre se levantó a abrazarme. Estar entre su cálido abrazo me hacía sentir más liviano, me hacía olvidar un poco esa tensión que siempre sentía en mis espaldas y que, en ocasiones, era bueno dejarla a un lado.

—Mamá —respondí apretando mis brazos también alrededor de su cintura y levantándola un poco del suelo – tú siempre tan guapa – le sonreí.

—Y tú tan adulador —besó mi mejilla—.  Me pregunto a quién te pareces —desplegó su hermosa sonrisa.

—Hablando de aduladores, ¿dónde está papá? —pregunté, ya que no lo vi en la terraza sentado con el periódico tomando un poco de sol mientras leía.

—Ah, está en su despacho, frente a la computadora revisando todas las páginas de noticias —Hizo un gesto de impotencia—. No lo puedo despegar de ahí.

—Gracias mamá —Besé su coronilla y fui en su búsqueda.

—Creo que tendré que tomar medidas extremas —dije fingiendo estar molesto—, voy a hacer que corten la conexión de Internet —Lo amenacé pero eso no lo haría jamás. Mi padre pasaba horas navegando, era su nueva diversión, además de leer y jugar golf; lo mantenía distraído y de cierta forma, calmado porque a veces me despertaba en plena madrugada para decirme de algún cambio drástico en la bolsa de Nueva York, Tokio o algún otro movimiento interesante en alguna otra sede bursátil.

—Inténtalo y te garantizo que te cortaré cierto par de adornos entre tus piernas —Me miró apenas levantando la vista de la pantalla—. Y sería una lástima ya que quiero ver uno que otro chiquillo, travieso y malcriado por mí, corriendo por esta casa.

Me reí a todo pulmón, no por decirme que me cortaría las bolas, sino por eso de los chiquillos. Me dio escalofríos de sólo pensarlo. Yo no era en lo absoluto pro familia. Mi familia eran mis padres y no contemplaba ninguna otra posibilidad de ampliarla, en ningún sentido y menos con descendencia.

—¿Cómo estás papá? —Se levantó de su silla y fue a encontrarse conmigo a la pequeña sala de su despacho donde yo ya estaba cómodamente instalado en los asientos de cuero marrón.

—Bien, algo aburrido.  Es un día como todos en la bolsa, sin cambios significativos —Se dignó al fin en sonreírme—. ¿Tú tienes algo que contarme? ¿Alguna novedad? —Le brillaban los ojos por la ansiedad de noticias.

—Estoy dándole vueltas a algo —contesté indiferente— pero aún no tengo nada en concreto… es en Brasil.

—Mmm, buen lugar para invertir. ¿Y qué sería? Más hoteles con campos de golf, hoteles con temas específicos o  ¿se te ha ocurrido algo diferente esta vez?

—Déjame madurar la idea y te la planteo —dije cortándole de golpe su ávida curiosidad—.  ¿Cómo te has sentido?

—Ya te dije, ¡aburrido!  —Casi me gruñó—.  Creo que de nuevo me iré de viaje con tu madre.  Además, ya se acerca la fecha y…

Dejó inconclusa la frase pero no hacía falta que la terminara. Yo sabía exactamente cómo se sentían él y mi madre. Otro año más sin ella. La extrañaba… ¡Maldita sea! Me puse de pie y sin más me despedí.

—Pero si acabas de llegar —reclamó.

—Lo siento,  papá —dije apurando mi salida. Necesitaba salir de casa, de todo lo que me recordara que ella ya no estaba más ahí y que se nos había ido de las manos sin darnos cuenta. Abracé a mi madre que, silenciosamente, aceptaba sin reclamos que mi visita fuera esta vez más corta que de costumbre y huí de casa.

***.

—¿Señor?

—Katie.

Respondí en tono neutro a mi secretaria, que me seguía casi corriendo al interior de mi oficina. Era una atractiva mujer de unos 40 años que de no haber sido la mano derecha de mi padre por mucho tiempo, la hubiera hecho llamarme señor pero en otro sentido, precisamente en el que Isabella quería llamarme.

—Todas esas carpetas necesitan ser firmadas, Edward —me dijo una vez que estábamos solos—.  Ya han sido revisadas y autorizadas por el departamento contable y por mí, que les di una rápida ojeada.  También te recuerdo que tienes una comida con la gente de Marruecos.

—¿La junta? —pregunté mientras me sentaba frente a la computadora, que Katie ya tenía encendida para mí.

—Ya están llegando los inversionistas. Ah por cierto, la cita que me pediste con la Dra. Conrad está lista, es a las seis en punto —me miró inquisitiva.

—¿Algo de Banks? —pregunté serio, ignorando su curiosidad.

—Nada Edward, ¿café? —negué con la cabeza y Katie salió de mi oficina.

De mi escritorio, saqué el sobre que Banks me había entregado hacía un poco más de una semana. Parecía una broma, apenas una cuartilla. Recordé haber estado seguro de que no encontraría ahí nada de importancia, que sería información común y yo necesitaría más que eso, mucho más. Algo que me diera una idea de porqué Isabella estaba tan decidida a entregarse a una vida que no era para ella. ¿Acaso no lo sabía? ¿Qué esperaba? Yo tenía que entender que era lo que pretendía porque más que confundido, sentía que estaba a punto de ser víctima de alguien que quería obtener de mí algo más que placer y no sabía muy bien de qué se trataba. Y no era la primera vez que me sucedía pero tampoco era un estúpido y siempre había sabido reconocer a quienes buscaban sacar algún beneficio económico, pero con Isabella estaba en blanco y sin la información que me diera las bases necesarias para confiar en ella o alejarla.  No podía hacer mucho más que irme con cuidado y eso era precisamente lo que haría, ya que era una situación por demás contradictoria, porque a esas alturas sólo de una cosa estaba completamente seguro, yo la quería para mí.

Sacré-Coeur… Leí por centésima vez la hoja en mis manos y la dejé a un lado. Recargué la espalda en mi asiento y presioné mi pulgar y el dedo índice sobre mis párpados, luego oprimí el botón del intercomunicador.

—¿Señor?

—Localiza a Banks —ordené—, ¡urgente!

Antes de dos minutos ya lo tenía en la línea.

—Banks, Edward Cullen —dije sin ceremonias.

—Señor Cullen, en qué puedo servirle —respondió. Podía verlo nervioso y sudando, secándose la calva. No entendía por qué, si era un buen elemento que siempre cumplía con mis requerimientos, salvo en esta ocasión que parecía no haber indagado todo lo que yo necesitaba.

—Quiero que profundices más sobre Isabella Swan.

—Estoy en eso señor Cullen, en un par de días…

—Has tenido tiempo, quiero lo que tengas para mañana a primera hora —Lo corté y guardé el primer informe en mi escritorio. Fui a mi junta y como siempre hacía, antes de entrar dejé todo lo que me pudiera distraer y hacerme perder concentración afuera de la sala. Durante dos horas y media estuve concentrado en todos los detalles del proyecto. Estaba seguro de que sería otro acierto y si todo funcionaba como lo tenía pensado, extendería la cadena del Gran Palace Hotel & Resort hasta América…

Isabella era americana, de California. Aunque ya no tenía rasgo alguno que indicara su procedencia. Su acento desde luego no era americano y era lógico; había dejado los Estados Unidos a los trece años y ya tenía veintitrés. Ya estaba habituada al modo del viejo continente y eso me gustaba, ya que no parecía tener interés en regresar al suyo. Su apartamento era propio, en una zona muy buena por cierto y tenía un buen auto. Su familia podía darle un buen nivel de vida por lo que no se me hizo extraño que la hubieran separado de ellos a tan temprana edad. Eso era muy común, los padres no tenían el tiempo necesario para atender a sus hijos y los mandaban a internados como ese y los mantenían después en colegios y universidades lo suficientemente alejados de ellos como para que interfirieran en sus ocupadas vidas. Aunque yo sabía de primera mano que había sus raras excepciones.

No tenía ningún pasatiempo; por lo menos el polo no lo era y tampoco los caballos, como pensé cuando me encontró en el salón de trofeos del club, hasta que abrió la boca y me soltó tal proposición. Me llevé una sorpresa como pocas veces y me dejó completamente intrigado, queriendo saber de ella, todo lo que pudiera. Porque ninguna chiquilla andaba por ahí buscando un amo y eso, la hacía terriblemente irresistible para mí. Me atraía esa inocencia pintada en su rostro, los nervios que no podía controlar y sobre todo esa boca deliciosa de labios carnosos que dejaban escapar las ágiles respuestas que indicaban una mente siempre en guardia.

La chica era una luchadora aguerrida y —aunque gritara querer entregarse a la sumisión—  esa boca suya no se lo haría tan fácil. Y por millonésima vez me preguntaba que puta idea la empujaba a una vida llena de dolor. Porque sea bien dicho, esta vida es dura y si todos piensan que es fácil sacrificarse un poco para encontrar el extremo placer, están muy equivocados. Verdaderamente, uno tiene que nacer con vocación de sumisión para ofrecerse a su amo. No es un trueque. No es un simple 'soporto tus nalgadas para que luego me recompenses con orgasmos intensos e increíbles'. No es un toma y da. Se trata de dar por querer servir, se trata de dar para brindar placer, ahí está el propio placer, en dar, no en recibir.

Isabella no tenía en absoluto ningún rasgo para ser sumisa, sin embargo, trataría y se esforzaría y yo disfrutaría mucho en educarla, en hacerla receptiva, obediente y complaciente. La entrenaría y la haría a mí modo. Gozaría disciplinándola y no porque me gustara la idea de infringirle dolor, sino porque simplemente iba a ser muy bello admirar su transformación. Ver consumados sus deseos de brindar satisfacción por todos los medios posibles a su amo, saber que haría todo lo que estuviera a su alcance para beneficio de su dueño porque eso la haría plena.

¡Mierda!

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo y se instaló en mi entrepierna. ¿Mi concentración? Ah sí, había valido para un carajo porque estaba pensando en la deliciosa tarea que me esperaba en los próximos meses, si no es que salía corriendo al primer par de azotes. Aunque como mencioné antes, la chica tenía agallas. Había ido a mi encuentro en más de una ocasión, por voluntad propia, sin preguntas y sin objeciones y eso me indicaba que aunque fuera por un corto periodo de tiempo, ella se mantendría en su posición de alumna fervorosa y también lo haría por orgullo, porque era orgullosa y eso me garantizaba que pondría todo de sí antes de dar su brazo a torcer.

***.

Regresé a mi oficina después de mi almuerzo de negocios que había sido bastante fructífero y ahora estaba concentrado en un par de asuntos hasta que Katie me recordó mi cita.

—¿Señor? —Se escuchó por el intercomunicador—, falta una hora para su cita. Paul ya lo espera abajo.

—Gracias Katie, dile a Dean que esté listo, bajaré en diez minutos.

—¿Quieres que retire a Paul, Edward? —preguntó.

—Gracias Katie, eso es todo —dije finalizando la conversación, si es que lo había sido.

—Sí, señor.

Tomé mi teléfono y le di a Paul un par de instrucciones precisas; minutos después bajé y Dean me condujo hacia el hospital donde nos esperaba la Dra. Conrad. Estaba seguro que mi decisión no le había hecho mucha gracia a la pequeña Isabella pero reglas son reglas y las mías, siempre se respetan.

Y sobre todo no la acataría de buen modo después de su primera lección la noche anterior. Habíamos cenado en mi penthouse y después tenía todas las intenciones de hablar sobre mis condiciones para cerrar nuestro acuerdo, más bien eran ciertos puntos que dejar en claro porque mi decisión ya estaba tomada, pero me dejé llevar un poco y acabamos en mi cama. Por fortuna el control difícilmente escapaba de mí y pude llevar a la chiquilla al extremo y ahí la dejé. Temblando, deseando más. Me alejé de ella y la mandé a su casa. Sí, de acuerdo, fue algo cruel dejarla así pero tenía que empezar a controlar y manejar su cuerpo y sus deseos. Había sido la primera vez y no sería la última en que la dejaría así. Por algo tenía que empezar, ¿no?

Así también reconozco que, si no fuera por el gran dominio que tenía sobre mis emociones, hubiera caído rendido ante el exquisito cuerpo de Isabella. Me hubiera perdido en él, en sus delineadas curvas, sus piernas torneadas, sus senos con el tamaño perfecto y más importante aún, naturales. Solo eso era suficiente para olvidarme de quién era yo para ella. Como su maestro, tampoco pasé por alto la suavidad de su sedosa piel, su olor, sus gemidos, la rapidez con la que la había logrado excitar y la manera en la que se humedeció gracias a mis hábiles caricias. ¡Dios! De sólo recordarla tenía una penosa erección que me provocó un dolor intenso en el miembro. Mi teléfono vibró.

—Paul —respondí.

—Vamos en camino señor.

—¿Todo bien?

—Sí, señor.

No sabía por qué tenía la extraña esperanza de que se negara a ir, que pusiera mil pretextos o saliera con algo. De alguna manera simplificaría las cosas para ambos, que desde temprano empezara a quejarse, a rebelarse a mis decisiones y que también cuestionara todas mis órdenes. Así se daría cuenta más rápido que estaba equivocada, que esta vida no era para ella y podría irse feliz a casa a seguir con su vida normal; tenía la oportunidad de salir ilesa, de no tener que inmiscuirse demasiado en mi mundo.

Mi mundo. ¿Por cuánto tiempo había pertenecido a él? Trece años eran suficientes para considerarme un viejo habitante de un mundo oscuro lleno de perversiones, adicciones, preferencias diferentes y colmadas de las situaciones más extrañas que un común mortal fuera capaz de ver y soportar, pero era mi realidad y yo había elegido por propia voluntad formar parte de este entorno extraño. Y estaba muy a gusto con mi elección, disfrutaba de ella aunque también sabía y reconocía que ya había rebasado cierto nivel y ya no me satisfacían las mismas cosas, yo buscaba más. Irónico, ¿cierto? Buscaba emociones más fuertes y ahora tenía un acuerdo tácito con una niña para ser su maestro y enseñarla a ser algo más que una mujer común.

No podía evitar reírme de mí mismo. Habían pasado años ya desde la última vez que tomé bajo mi tutela a alguien. Fue una experiencia increíblemente excitante, fuerte, ruda y la relación duró lo que tenía que durar; porque como siempre, alguien se hartó y quiso más. Es lo que suele suceder cuando alguien siempre obtiene lo que quiere, que se aburre pronto y busca satisfactores más fuertes. Es una cadena, un círculo vicioso y desde mi punto de vista, yo ya le había dado la vuelta al círculo y estaba por empezar de nuevo.

—Hemos llegado, señor  —Me informó Dean al detenernos a las puertas del hospital. Se bajó con rapidez y abrió la puerta del auto, salí de él entrando con paso firme al nosocomio y me detuve en la recepción para esperarla. No tardó Dean en comunicarme que Paul había llegado e Isabella ya venía por el pasillo. Giré la cabeza en esa dirección y la vi venir. Caminaba con Paul pegado a sus talones, justo como le ordené y tal y como sospeché, Isabella no estaba para nada a gusto con eso ya que hacía un esfuerzo infructuoso por mantenerse a buena distancia de él pero sin éxito. Una vez que pasó frente a mí, me coloqué a su lado sorprendiéndola.

La tomé por el brazo y la guié hacia los ascensores. Isabella permaneció mirando hacia todos lados menos a mí.

—Paul  —dije, indicándole que no iba a necesitarlo por el momento. Subimos al elevador y gracias a mis hombres no subió nadie más.

—Isabella —sonreí—,  estás muy hermosa. ¿Dormiste bien, verdad?

Inmediatamente perdió todo interés en el piso y levantó la mirada. Si mi intuición no me fallaba, Isabella estaba furiosa, aunque no sabía por qué exactamente, si por lo ocurrido la noche anterior o por la cita que tendríamos en pocos minutos. Esto empezaba a ponerse divertido.

—Cuando pregunto algo, espero que me respondas —expresé fríamente.

—Sí.

—¿Si? —pregunté enarcando una ceja.

—Sí, señor, dormí muy bien —contestó forzada—, gracias.

Llegamos al piso y caminamos por un largo pasillo hasta que llegamos al consultorio de la Dra. Conrad. De reojo pude ver que Isabella observaba todo a su alrededor, puse mi mano en su espalda baja y se tensó.

—Buenas tardes, Edward Cullen e Isabella Swan —anuncié a la secretaria.

—Oh, señor Cullen, pasen por aquí —nos señaló una puerta—.  La doctora los espera.

Empujé ligeramente a Isabella en donde tenía colocada mi mano y en el pasillo me miró.

—Yo… creo que… no… no es necesario esto yo no… yo tengo otra doctora… —decía sumamente nerviosa, yo la observaba con el ceño fruncido y una ceja levantada dejándole ver claramente mi disgusto. Me detuve y giré sobre mis talones para volver por donde venía, obviamente molesto y no dispuesto a seguir jugando cuando de pronto tomó mi brazo deteniéndome.

—Lo siento —se disculpó—,  lo siento, señor —dijo mirando de nuevo al suelo. La tomé del brazo presionando mis dedos a su alrededor y entramos con la doctora a la que ya conocía.

—Señor Cullen —me extendió la mano y la saludé—, un gusto verlo de nuevo.

—Hola, Dra. Conrad —dije mientras tomábamos asiento.

—Bien, ¿qué puedo hacer por ustedes? —dijo amable como siempre.

—Margot, ella es la señorita Isabella Swan y estamos aquí para un chequeo general.

—Muy bien, que les parece si empezamos con la información de rutina y luego seguimos con la revisión.

—Me parece lo indicado, ¿y a ti Isabella? —La pregunta la tomó por sorpresa.

—Sí, sí, claro —dijo titubeante.

La 'información de rutina' era muy importante para mí y, aunque sólo había visitado una sola vez el consultorio de Margot con anterioridad, siempre mantenía contacto con ella ya que era una prioridad para mi mantenerme al día con respecto a la salud de mi pareja y ella era discreta y, sobre todo, muy profesional.

Las respuestas a sus preguntas básicas no salían del rango de lo normal y pese a que Isabella no podía estar más que ruborizada, contestaba segura y sin dudar. No tenía mayores complicaciones con su periodo, era muy regular y no tomaba ningún tipo de anticonceptivos, eso tendría que cambiar desde ese momento desde luego porque los condones no se incluían en mi activa vida sexual.

—¿A qué edad comenzó tu actividad sexual, Isabella? —Isabella dudó un momento mientras Margot transcribía sus respuestas en la computadora y luego respondió.

—Dieciséis —dijo y estaba seguro que sentí claramente un golpe en el vientre bajo ante una respuesta que jamás esperé. ¿Dieciséis?

—¿Alguien en tu familia ha tenido alguna enfermedad importante que sea necesario mencionar? Diabetes, alguna enfermedad cardiaca, hipertensión, cáncer… —Isabella comenzó a frotar sus manos por la tela sobre sus muslos y Margot lo notó.

—Cáncer —dijo apenas en un murmullo y de pronto la sangre huyó de su rostro, estaba pálida y se veía realmente perturbada. Estuve a nada de abrazarla y consolarla porque era evidente que admitirlo le afectaba y antes de que Margot preguntara la cercanía del familiar en cuestión—, mi madre —agregó .

No la miré abiertamente porque no quise hacer más incómodo el momento y Margot, como toda la profesional que era, ahondó en el tema sin hacerla sentir aún peor. Su madre tuvo cáncer de seno y cuando lo descubrieron, ya era demasiado tarde. Estuvo en tratamiento pero a los pocos meses de que la diagnosticaron falleció.

—Ahora vamos al examen físico, ¿está bien? —Le preguntó animándola y ella sonrió ligeramente. Se puso de pie y me miró sorprendida al ver que la seguía a la sala de revisión. El color volvió de golpe a su rostro.

—Cámbiate y sube a la cama de exploración —Le indicó mientras le entregaba una bata—. Vuelvo en un momento —Nos dejó solos.

Isabella se quedó quieta; estaba demasiado nerviosa como para poder moverse, sabía que yo le hacía más penoso e incómodo el momento pero me iba a mover de ahí. Me acerqué a ella y comencé a desabotonar su blusa, despacio. Bajé después la cremallera de su falda que aterrizó en el suelo y tomé sus manos para sostenerla mientras daba un paso fuera de ella. Se quitó los zapatos y luego desabroché su brassiere. Abrí la bata para que introdujera los brazos y cuando lo hizo me puse detrás de ella para anudarla. Su respiración empezaba a agitarse y la sostuve por la cintura mientras deslizaba las bragas por sus piernas. Isabella temblaba sin poder contenerse.

—Mírame —pedí—, mírame —muy despacio subió la mirada hasta la encontrarse con la mía.

—Sería muy fácil para mi dar media vuelta y salir de aquí dejándote sola —Levanté su barbilla con mis dedos—, pero debes entender que ambos estamos juntos en esto y que tu cuerpo ahora me pertenece, por lo tanto debo cuidarlo, así como también cuidar de ti. Yo debo saber qué es lo que te ocurre a cada momento, debo saberlo para poder guiarte, para saber hasta dónde puedo llegar contigo —La abracé y la apreté contra mi pecho inhalando intensamente su dulce olor. Acaricié su espalda con movimientos suaves tratando de tranquilizarla.

—¿Estás mejor? —Le pregunté separándome de ella pero no me respondió—. ¿Quieres que volvamos otro día, Isabella?

—No —respondió rápidamente y volví a acercarla a mi pecho.

—Eso es, mi pequeña valiente —Besé su frente—.  No me defraudas y eso me complace mucho —La tomé de la cintura y la coloqué en la cama de exploración, me puse a su lado y subió los pies a los estribos; aún temblaba pero tomé su mano.

—Estoy aquí contigo, ¿de acuerdo? —susurré en su oído.

—Sí, Señor —dijo quedamente y Margot entró a la habitación.

Se sentó en un banquillo entre las piernas de Isabella y comenzó su exploración mientras platicaba de cómo sus hijos la hacían ver su suerte; eran adolescentes y nos contaba varias anécdotas que tuvieron a Isabella riendo a los pocos minutos mucho menos tensa. Margot trabajaba mientras hablaba sin perder el hilo de la conversación. Vi que tomó un objeto largo de metal brillante y sólo miré a Isabella que al mismo tiempo oprimía mi mano.

—Está frío, Isabella pero solo será un momento —luego sonríó—. Ahí está, eso fue todo de este lado, ahora revisaré tu pecho y habremos terminado. Descúbrete por favor —dijo al mismo tiempo que se quitaba los guantes y los tiraba en el contenedor de metal. Deshice el nudo de la bata de Isabella y sacó los brazos dejando su hermoso pecho expuesto. Margot la examinó a conciencia y le dijo cómo debía ella hacerse lo más frecuentemente posible un examen parecido. La revisión terminó y Margot salió dejándonos solos de nuevo.

—¿Ves?, eso fue todo —La encerré en mis brazos—.  Te has ganado un premio que te daré después, anda, vamos a vestirte y a salir de aquí —Pero más tardé en decirlo cuando entró una enfermera para tomarle una muestra de sangre. Mi pobre pequeña casi hiperventila y después de varios minutos accedió a que la enfermera tomara un poco de su sangre.

Después de ver todo lo que había sufrido esa tarde, aún seguía preguntándome cuál era el afán de Isabella en todo esto. Ya me había quedado muy claro que estaba determinada a seguir adelante con todo esto y que se necesitaría mucho más que un par de nalgadas y algunos juegos fuertes para hacerla claudicar. Pero, ¿por qué?

Margot le recetó los anticonceptivos y prometió llamarme con los resultados de los análisis al día siguiente. Salimos por fin de su consultorio y bajamos hasta la entrada del hospital donde ya nos esperaban.

—A casa, Paul —dije una vez adentro del auto.

—Pero yo tengo que ir a mi casa —Isabella dijo abruptamente y la miré—, yo… lo siento, Señor.

Durante el camino acaricié su mano para borrar un poco la tarde algo amarga que había sufrido y ella pareció relajarse. Al llegar a mi edificio la guié hacia el ascensor y una vez dentro del penthouse, le quité el abrigo para que estuviera más cómoda.

—Quédate aquí —la deposité en un sillón y fui a la cocina a dar algunas instrucciones para la cena; también a buscar una botella de vino— toma —le di una copa llena—,  la necesitas.

Isabella bebió en contenido de la copa como si fuera agua y no la detuve, no le haría daño, al contrario, le haría más fácil olvidar el mal rato. Me senté junto a ella y giré un poco para atraerla a mi pecho. Me dio gusto ver que no se negaba y que parecía agradarle el contacto. Isabella cerró los ojos y dejó que la acomodara en mi regazo y la acariciara lentamente. En sus hombros, su cuello, sus piernas… mi mano recorría lentamente su cuerpo sobre su ropa y despacio, se acomodó mejor entre mis brazos.

—Gracias —dijo suavemente.

—No es nada, Isabella —enredé un par de dedos en su pelo y lo acerqué a mi nariz… ¿Fresas?

—La cena está lista señor —anunció Waylon e Isabella se movió para ponerse de pie.

Mientras cenábamos, comencé a indagar un poco más sobre Isabella haciéndole preguntas sin que sonara tanto como un interrogatorio. Le hablé de arte, de cuanto me gustaba y de mis pintores favoritos, era un tema que rompería un poco el hielo ya que como artista gráfica, no había duda de que también tenía algo que opinar sobre el tema.

Ella poco a poco fue perdiendo la timidez y expresaba sus puntos de vista sobre tal o cual pintor o alguna corriente. También me miraba confundida, sin poder creer que estuviera cenando con ella y platicando como cualquier pareja que estaba intentando conocerse. La entendí porque erróneamente, el mundo siempre ha tenido un concepto bastante extremista de un Dominante.

Le pedí que me hablara de su trabajo y su rostro se transformó en una sonrisa que iluminó el momento. La escuché atentamente mirándola directamente a los ojos mientras le hacía alguna pregunta ocasionalmente y ella me respondía entusiasta. Hablaba de su trabajo con tal pasión que contagiaba.

—… que tus ideas puedan plasmarse en algo que le dará vida a una empresa y que tengas éxito… —suspiró— se siente bien.

—Me has convencido, ¿dónde firmo? —bromeé con ella.

—¿Y yo? —Me miró diferente— ¿Firmaré algún contrato? —Su pregunta borró toda la diversión del momento.

—Como comprenderás, no puedo prescindir de uno —me serví una copa de brandy— y supongo que a ti también te dará seguridad firmarlo.

—Sí, Señor —su voz recuperó ese tono bajo, como un susurro.

—Por lo pronto, debes saber que los fines de semana los pasarás conmigo, ya sabes que también podré llamarte algún día entre semana. Te comportarás con propiedad y discreción ya que me acompañarás a eventos públicos y la gente te relacionará conmigo, por lo que no necesito atención extra sobre mí.

—Sí, Señor.

—Isabella, como te dije esta tarde, tu cuerpo me pertenece y me gusta que mis propiedades estén en perfecto estado para que pueda hacer uso de ellas como yo lo considere. Si te ejercitas y te alimentas mejor las cosas serán más fáciles para ti, pero eso lo dejo a tu elección —Me acomodé en un sillón del salón—.  Ven aquí —extendí mi mano hacia ella y la tomó, se sentó a mi lado y la atraje a mi pecho.

—Salvo ciertas pequeñas cosas —dije mientras enredaba mis dedos entre su pelo—,  espero que quede entendido que tú ya no tienes ningún derecho sobre tu cuerpo. Tu voluntad es mía. Yo soy a quien perteneces a partir de este momento y por lo tanto yo tomo las decisiones con respecto a ti, pequeña —levantó la cabeza, me miró y tragó en seco—.  Si quieres algo, vienes y ya te diré que pienso al respecto. Por hoy es suficiente Isabella, lo demás lo irás descubriendo sobre la marcha, creo que no hay nada mejor que experimentar las cosas, ¿cierto?

—Cierto Señor.

—Bien, ya es tarde. Paul te llevará a tu casa —La ayudé a ponerse de pie y le puse el abrigo—,  descansa mi pequeña —besé ligeramente sus labios y oprimí el botón del ascensor que la llevaría a la planta baja. Una vez que se cerraron las puertas me dirigí a mi habitación y fui directamente a darme un baño. Sin él no estaba seguro de poder conciliar el sueño.

***.

A la mañana siguiente empecé mi rutina mucho más temprano que de costumbre. Llegué a la oficina y como todas las mañanas Katie me siguió para recordarme los puntos importantes del día. Juntas, almuerzo con el embajador de Brasil, visita una de las construcciones… sería un día tan ocupado como todos pero para mí fortuna, era viernes.

—La secretaria del arquitecto McCarthy llamó para recordarte la visita a los nuevos terrenos pero no le confirmé nada Edward, dice que su jefe está muy enojado porque ya le cancelaste dos veces y que si lo haces de nuevo… —Katie no terminó la frase pero no era necesario.

—¿Banks envió algo?

—No. ¿Necesitas algo más?

—Cuando llame la Dra. Conrad pásame la llamada inmediatamente, es todo Katie —Cerró la puerta detrás de ella y tomé mi teléfono, busqué al contacto y toqué la pantalla sobre su nombre.

—¡Eres un cabrón!

—¿Puedo saber por qué me dejas amenazas de muerte con mi secretaria en lugar de llamarme a mi teléfono… maricón?

—Para que conste como prueba que te advertí que te mataría, quiero que todos se enteren que moriste bajo mis manos, porque lo harás Cullen.

—¿Tú no trabajas? Porque yo sí y si cancelé, es porque era necesario Emmett —dije sarcástico disfrutando el hacerlo enojar.

—Bastardo…. Si no fuera porque conozco y adoro a tu madre te lo diría más seguido. ¿Qué hay niño bonito? —preguntó provocándome como siempre.

—Si en algo aprecias tu vida no vuelvas a llamarme así —advertí.

—Humm, qué delicado… ¿Cuándo nos vemos?

—Después del almuerzo en los terrenos, hay que empezar eso lo más pronto posible. ¿Cómo van los apartamentos?

—Bien, eso ya casi está. ¿Qué te parece si después vamos a tomar algo rápido? ¿Le digo a Jasper y que nos espere donde siempre? —Parecía un niño ansioso planeando una travesura.

—Y tú, ¿desde cuándo tomas 'algo rápido'? —Quise saber.

—Bueno hermano, yo también soy un hombre ocupado, tú sabes… Pero bueno entonces qué, ¿le aviso a Jasper?

—De acuerdo, adelanta una hora la visita a los terrenos y luego nos vemos ahí.

—Hasta la tarde, niño bonito.

—Cuenta tus minutos Emmett —amenacé y corté la llamada.

Emmett McCarthy era uno de mis mejores amigos, nos conocimos en el colegio y después, se nos anexó Jasper Whitlock. Éramos el trío problema, unos chiquillos rebeldes que siempre andábamos metidos en algún lío y cuando el director del instituto le dijo a nuestros padres que ya era hora de que conociéramos un poco de disciplina, se tomaron la sugerencia al pie de la letra y nos enviaron a un colegio militar, diferentes por supuesto. Ahí conocimos el honor, la disciplina, el castigo y nos volvimos jóvenes estudiosos, responsables y nos graduamos con honores. De ahí pasamos a la universidad y 'casualmente' elegimos la misma aunque carreras diferentes. Emmett era un gran arquitecto y teníamos algunos negocios juntos, Jasper era el fiel abogado que nos cubría las espaldas, y no era que nuestros asuntos fueran de carácter dudoso pero en este medio, uno no podía ni debía dar un paso sin estar asesorado legalmente, así que seguíamos siendo un trío pero ahora uno muy productivo. La amistad que teníamos y que nunca se perdió se afianzó mucho más, tras descubrir algo que marcaría nuestras vidas para siempre.

***.

La mañana pasó relativamente tranquila. Después de mi almuerzo con el embajador, me dirigí a los terrenos para al fin encontrarme con Emmett y empezar a planear ese nuevo centro comercial. Era una superficie bastante grande y todo parecía estar en las condiciones óptimas para iniciar el proyecto. Aclaraba algunos puntos con Emmett cuando mi teléfono vibró.

—Buenas tardes señor Cullen, la Dra. Conrad —saludó.

—Margot, esperaba tu llamada —me alejé de Emmett que me miró quisquilloso—. ¿Qué noticias me tienes? —Su informe fue bastante corto pero preciso. Exhalé al terminar la llamada con ella y me volví hacia Emmett que me sonreía descarado.

Llegamos al bar de siempre y tomábamos un whisky mientras intentábamos ponernos al día.

—Esa mujer me va a matar —dijo Jasper pasándose las manos por la cara.

—¿Qué mujer? —pregunté.

—Una que no se está quieta ni un minuto y, además, está empeñada en seducirme.

—¿Seducirte? —fruncí el ceño—. ¿Cómo es que no la has seducido primero?

—No es mi tipo, pero ella insiste —me reí al recordar a Isabella—.  Creo que voy a darle un buen susto para ver si de una vez por todas me deja en paz.

—Cómo te haces el mártir —le dijo Emmett—, las veces que han salido no lo has pasado nada mal.

—Es verdad, pero ya sabes a qué me refiero y tú estás jugando con fuego —se fue contra él—,  te estás pintando como alguien que no eres y te estás involucrando más de lo que crees, cuando te des cuenta tu Rose saldrá huyendo; no podrás manejar esa situación Emmett, te conozco.

—Yo sé cómo hacer esto Jasper, relájate —Emmett alzó su vaso y tomó un buen sorbo—.  Le va a encantar, ya verás.

—¿Y tú en que andas? —Se dirigió a mí—.  ¿Pudiste deshacerte de Tanya al fin? —asentí.

—Por cierto Jasper, necesitaré un contrato pronto —dije como si nada—. Las mismas cláusulas.

—¡Vaya! Si el niño bonito no deja a una sin tener en la mano a la otra —Emmett aplaudió—.  Eres mi ídolo.

—¿De qué te quejas si tienes ambas manos bien plantadas en ese trasero? —Jasper arremetió.

—Y qué trasero hermano, me está volviendo loco —admitió—. Pero dime Edward, ¿de dónde la sacaste?

—Soy un bastardo con suerte —sonreí sin aclarar nada más.

—Es verdad —reconoció Jasper.

—Y yo que te iba a presentar a alguien —se llevó un cacahuate a la boca—.  Aunque me ibas a mandar a la mierda a los tres segundos —sonrió.

—¿Por qué? —Encendí un cigarro—. Ah ya, seguro es amiga de tu novia, una mojigata, gracias Emmett.

—Ah, es guapa.

—Gracias, pero ya estoy en algo.

—¿La conoceré pronto? —preguntó levantando repetidamente las cejas, negué con la cabeza y volví mi atención a mi vaso de whisky.

***.

—Isabella, bienvenida —se veía muy hermosa asustada.

—¿En dónde estamos? —La incertidumbre se reflejaba en su rostro.

—A las afueras de Londres, en mi casa —Me acerqué a ella y tomé su mano—,  el penthouse en la ciudad es para fines prácticos.

—Es… muy hermosa —dijo mirando a su alrededor.

—Me alegra que te guste —Levanté su brazo y me alejé un poco para admirarla—.  ¿Disfrutaste tu tarde?

—Sí, gracias —respondió, solté su mano y comenzó a caminar por el vestíbulo observando todo con curiosidad.

—Después podrás recorrer toda la casa si quieres, ahora tengo hambre, vamos —Me acerqué a ella y la guié hacia el comedor. Cenamos en un ambiente relajado, como la noche anterior y al terminar, tomé su mano y nos acercamos a las escaleras. Podía sentir la tensión borrando el estado tranquilo que había mantenido durante la cena pero intentaba disimularlo. Subimos y al llegar al vestíbulo, la dejé a mitad de éste frente a un enorme espejo.

—Así —Me acerqué lentamente mientras miraba su reflejo— quiero verte cada vez que cenes conmigo. Cada noche,  usarás un vestido diferente y lo lucirás para mí; te permitiré elegir el que desees, tendrás muchos —rocé su espalda con mis dedos y la llevé a mi habitación. Rodeé por detrás su cintura repartí besos en su nuca y cuello. Su piel era deliciosa y en el spa, la habían hecho lucir mucho más hermosa. Se estremeció un poco y coloqué mis manos en sus brazos, pasándolas por toda su longitud.

—Me agrada que estés aquí —susurré al oído—,  ahora enséñame tu cuerpo —Me recosté en la cama apoyándome sobre mis codos—. Desvístete despacio, Isabella.

A pesar de sus nervios estaba bastante concentrada en lo que le pedí. La ayudé un poco con la cremallera de su vestido y volví a mi posición anterior. Muy despacio, bajó el vestido y este resbaló por su cuerpo dejándola en ropa interior. Una extraña sensación en mis oídos los selló, aislándome de algún sonido mundano, solo escuchaba mi respiración y si ponía un poco de atención hasta hubiera escuchado mi sangre correr por mis venas. También el latido apresurado de mi corazón se unió a los pocos sonidos de los cuales tenía noción. Sacudí un poco mi cabeza pero la sensación se mantuvo.

—Acércate —Le pedí sentándome en la orilla de la cama y dio unos pasos hacia mí—, más —ordené y me obedeció hasta quedar de pie entre mis piernas. La rodeé con mis brazos y le desabroché el brassiere quedando sus senos expuestos para mí. Mi respiración se hizo más profunda y los latidos de mi corazón se hacían más graves. Cerré los ojos y comencé a reconocer el cuerpo frente a mí que era de mi propiedad. Enterré mi rostro entre sus senos y aspiré su olor mientras mis manos palpaban sus caderas. Podía sentirla temblar pero se mantenía derecha, con la cabeza erguida y esa no era la actitud que a mí me gustaba. Con rapidez me deshice de sus bragas y una vez más aprobé el excelente trabajo que realizaron con ella al ver su sexo desnudo. Me puse de pie obligándola a dar un paso hacia atrás.

—Desvísteme —Le mandé y con sus temblorosas manos, comenzó a desabotonar mi camisa para luego seguir con la hebilla de mi cinturón y mi pantalón. Di un paso para sacar mis pies de él y cuando con su agitada respiración que elevaban sus senos de erectos y deliciosos pezones prosiguió para bajar mis bóxers, la detuve.

—Arrodíllate —Le dije alejándola de la cama— con las manos hacia atrás y los ojos cerrados —Fui a mi vestidor y de un cajón saqué un pañuelo de seda. Cubrí con él sus ojos y me quedé de pie frente a ella, desnudo.

—Tócame Isabella, quiero sentir tus manos en mi cuerpo.

Con timidez, subió despacio sus manos y las puso sobre mis piernas. Las movía con precaución, cohibida, hasta que puse las mías sobre las suyas para sentirlas donde yo quería.

 

—Este es mi cuerpo Isabella, el de tu dueño, el de tu maestro y no debes sentir ni pena ni vergüenza por tocarme.

Recorrí con nuestras manos mis muslos, de arriba abajo, las llevé hacia atrás hasta mis nalgas y las presioné contra mi carne. Su respiración era agitada pero se mantuvo en bastante control de sí misma hasta que las cerré a mi alrededor y su rostro quedó rozando mi polla que está de más decir que ya sufría de una gran erección.

—Tócame con tus labios —dije con voz ronca debido a mi estado de excitación—. No tengas miedo, no debes tenerlo —empujé brevemente mis caderas hacia ella—.  Eso es, así —dije al sentir sus labios rozar mi ingle derecha—, abre la boca Isabella, prueba mi piel —Su cálida lengua lamió una pequeña parte y la sangre comenzó a hervir en mis venas y a pulsar en mi miembro. Fruncí el ceño, tomé su cara entre mis manos y la centré en mi polla, ahí era donde la quería—.  Ahora aquí —Estaba seguro que dudaría o que muy probablemente se negaría pero para mi sorpresa, me tomó entre sus manos y aunque un poco tímida, comenzó a acariciarme con su lengua. El sonido de los latidos de mi corazón reventaba en mis oídos y creí que estallarían cuando me introdujo en su boca y torpemente intentó cubrirme todo.

La agarré de los brazos y con fuerza la levanté dejándola sobre la cama. Asustada trató de quitarse el pañuelo de los ojos

—¡No te lo quites! —grité al mismo tiempo que me colocaba a horcajadas sobre ella y atrapé uno de sus senos en mi boca, chupándolo y jalándolo entre mis dientes. Isabella gemía asustada mientras me volvía sobre su otro seno y lo mordía y lo lamía intermitentemente. Bajé una mano y acaricié la suavidad de su monte para luego introducirla entre sus húmedos y calientes pliegues. Jadeó por la sorpresiva invasión pero lo hizo aún más fuerte cuando introduje con fuerza un dedo en ella y bombeé y bombeé, sin preocuparme en encontrar su punto clave. No tardó en comenzar a cerrarse sobre mi dedo, a constreñirse a su alrededor y a jadear sin pudor. Así era como la quería, retorciéndose por mis caricias sin que nada se interpusiera a mis deseos.

Segundos después gritó liberando la tensión acumulada y arqueando su cuerpo, yaciendo desmadejada a mi lado, sin intentar siquiera regular el ritmo de su respiración. Me recosté sobre mi codo y disfruté verla reaccionar lentamente mientras pasaba suavemente mi mano por su vientre. Sorpresivamente me puse de pie, molesto.

—Es tu última oportunidad Isabella, vete de aquí.*


*


*


*

Muy feliz lunes Nenas!

¿Qué les pareció el punto de vista de Edward?

Queremos saberlo.

Besos

Li y Jo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

  1. GRACIAS!! me he estado poniendo al di con la lectura atrasada pero ahi vamos, muchisimas gracias por hacerme feliz!!

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    1. Hoolaa! Te recuerdo perfecto, gracias a tí por seguir aquí.
      Besos
      Li

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