LISTA Y DISPUESTA
Disclaimer: Los personajes no son de mi autoría sino de la estupenda creadora de la saga, S. Meyer. Por otra parte, la trama, es mía. Esta historia, narra temas controversiales y que pueden causar algún tipo de molestia o incomodidad, por lo tanto, si no tienes criterio formado, te sugiero, no leas.
Capítulo editado por Jo Ulloa
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Esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte.
Václav Havel
CAPÍTULO 6
LISTA Y DISPUESTA
Su boca esbozó una sonrisa de lado. Casi podía escuchar su risa interior. Pero también podía escuchar como retumbaban mis oídos por los latidos de mi corazón y mi respiración agitada, ya no sabía si por correr para llegar hasta ahí o por lo nerviosa que me encontraba.
Sin quitar la mano de su caballo, estiró la que tenía libre hacia mí, invitándome a acercarme a él. Respiré profundamente un par de veces para intentar normalizar mis latidos y mi respiración misma. Con pasos titubeantes avancé y me detuve hasta quedar frente a él. Su mirada me recorrió analizando detenidamente mi atuendo y mientras lo hacía, su sonrisa torcida no abandonó sus labios.
—Llegaste justo a tiempo —dijo. Tomó mi mano y al sentir su contacto casi la quité con sorpresa por el estremecimiento que corrió por toda mi extremidad. Mis nervios, mi agitación y la fuerte personalidad de ese hombre me jugaban sucio, me confundían y no podía darme ese gusto, tenía que estar muy pendiente y con los ojos muy abiertos porque si no, corría el riesgo de ser devorada por Edward Cullen y yo quería disfrutar un poco antes que eso sucediera. Porque sabía muy en mi interior que así iba a ser, para bien o para mal.
Le dio una nalgada muy fuerte a su caballo y me hizo dar un brinco sobresaltada, al mismo tiempo que cerraba los ojos y encogía mis hombros; cuando los abrí un par de segundos después, lo vi sólo estudiando mi reacción. El caballo se metió a su lugar y él cerró su puerta pasando un cerrojo. Dio un fuerte silbido y otro caballo salió de su caballeriza acercándose a él. Bajó la cabeza y Edward lo acarició. Con una rapidez que supuse le daba la práctica lo ensilló y yo aproveché esos minutos para observarlo moverse. Pese a que realizaba un trabajo tosco, sus movimientos eran coordinados, elegantes y precisos. Las líneas de su cuerpo se marcaban bajo el pantalón blanco de montar y esa camisa polo negra. Era magnífico, un modelo de estatua griego o romano. Músculos definidos en sus brazos, en su espalda y los muslos torneados y muy fuertes, tenían que serlo para dominar a los caballos, todo el secreto estaba en la fuerza de esos muslos. Dios…
Terminó de amarrar los cinchos y de asegurarse de que estuvieran bien colocados. Le dio una nalgada y el caballo pareció recibirla gustoso, como si fuera un premio por haberse comportado mientras él lo trabajaba. ¿Sería así? ¿Podría yo desear una nalgada tan fuerte como un premio? En ese momento recordé lo que llevaba en la mano.
—Señor —dije tímida mientras estiraba mi mano con otro regalo de los que venían en la caja. Mi brazo temblaba un poco, pero él tomó la fusta y la sonrisa de satisfacción apareció de nuevo en su cara.
—Ven aquí —jaló el extremo de la fusta y a mí junto con ella, acercándome a unos escalones que servían para ayudarse a subir al caballo. Sacándome de la mente los pensamientos inoportunos que me gritaban que me diera media vuelta y saliera de ahí, ciega, pero con una fuerza que me impulsaba a obedecerlo, subí esos escalones para quedar más alta que él, para que con la fusta que ya tenía en su poder y con una tortuosa lentitud, delineara mis muslos, mis caderas, estremeciéndome mucho más que antes. Su lengua acariciaba el interior de su mejilla; serio, mientras sus ojos seguían el recorrido del objeto que yo le había entregado. Con la punta de él, empujó mi cadera para que girara; lo hice con cuidado tomada de su mano. Era cálida y segura. Como todo él.
Ya no podía mirarlo, estaba dándole la espalda y la ansiedad de no saber qué haría me invadía, pero en ese mismo instante olvidé todo al sentir una caricia que subía desde el interior de mis rodillas hasta mis muslos, llegando hasta su unión. Incliné la cabeza lo suficiente para corroborar la sensación que tenía de la fusta rozando mi sexo una y otra vez, asomándose hasta dejarse ver entre mis piernas. Mi corazón ya no latía, ya no respiraba. Compadeciéndose un poco de mí, prosiguió con su camino subiendo hasta mis nalgas. Dibujó círculos en ellas y me hizo girar de nuevo. La sonrisa se había borrado de su cara y estaba serio, demasiado, pero no dejaba de tocarme con el objeto que rozaba mi vientre y que poco a poco fue subiendo sobre la blusa hasta llegar debajo de mis senos. Ahogué un jadeo, tragando en seco. No sabía qué era exactamente lo que pretendía o cual era su intención, sólo sabía que había logrado excitarme tanto como nunca lo creí posible.
Mi pecho subía y bajaba evidenciando mi estado de excitación. No tenía idea si era de pena, si me daba vergüenza por responder tan fácilmente a él o qué. Solo deseaba que no se decepcionara de lo que veía, quería que se sintiera atraído por mí, lo deseaba tanto… El roce suave de la fusta rodeando mis senos me sacó de mis pensamientos. La punta de la vara acarició su redondez y de pronto me sentí mareada; era demasiado, demasiadas sensaciones que creí que nunca sentiría de nuevo resucitaban en mi cuerpo con una fuerza avasalladora, abrumante, anulando mi cordura. El valle de mis senos tampoco fue inmune a los encantos de la mágica vara que me había vuelto a la vida, pero al frotarse en mis pezones duros de excitación, ni siquiera intenté evitar que un jadeo escapara de mi boca. Sin soltarme la mano, dio otro silbido un poco más suave y el caballo se colocó junto a él.
—Es hora de irnos —dijo sin más, me tomó de la cintura con ambas manos y con un impulso me montó en el enorme caballo negro. Me aferré asustada a la silla, inclinándome para agarrarme del cuello del animal.
—¡No! —dije aterrada—, yo no sé montar.
Edward subió al caballo de un brinco y quedó detrás de mí. Chasqueó la lengua un par de veces y el caballo movió vigorosamente el cuello acercándole las riendas que tomó al rodear mi cintura y mis caderas. Yo estaba tan sorprendida por lo que pasaba que me tensé en un acto reflejo, separándome unos centímetros de él.
—Relájate —su voz era firme—, el caballo puede sentir lo tensa que estás. —Hice el intento de seguir su orden y su duro pecho se pegó a mi espalda. En ese instante fui plenamente consciente de que sus piernas rodeaban las mías y… mis nalgas casi estaban sobre él. Dios… no podía estar más agitada; temblaba. Edward se acomodó mejor y sentí más firmes sus brazos alrededor de mi cintura, manteniéndome segura con su cuerpo. Y sí, me sentía protegida por ese muro infranqueable, más que nunca, y esa sensación me gustaba, era desconocida para mí, pero me permitiría sentirla por primera vez. Iba a permitirme muchas cosas por primera vez.
Salimos de la cuadra hacia el campo, por un rumbo diferente al que ya conocía. Nos adentramos por el bosque y me relajé viendo el paisaje, pero sin olvidarme ni un momento del hombre que estaba adherido a mi cuerpo. El caballo iba a trote suave el cual bajó al llegar a la orilla de un riachuelo. Lo cruzamos y seguimos el camino hasta llegar a un claro muy hermoso. Comenzamos a rodearlo y se detuvo en un espacio donde el pasto no estaba crecido y las pequeñas florecillas moradas, blancas y amarillas crecían silvestres adornando esa porción del terreno.
Se bajó del caballo tan rápido que apenas lo noté. Me tomó de la cintura y como si no pesara nada, me depositó en el suelo. Me sostuve de su brazo algo mareada y una vez que me estabilicé me solté; Edward se alejó un poco, observándome por lo que me pareció una eternidad hasta que por fin lo escuché decir...
—Isabella Swan —dijo bastante serio—, ¿quién eres y qué quieres de mí?
Me di vuelta y lo miré lo más fijamente que pude. Su pregunta hecha con una orden implícita de ser contestada de manera concisa me sorprendió y no fui capaz de responder con la rapidez y determinación que hubiera querido.
—Yo… usted ya lo sabe Señor —Mi voz salió apenas en un hilo.
—Si fueras inteligente, te alejarías de mí —entrecerró los ojos mirándome—. Ni siquiera sabes quién eres y ya estás deseando algo que… —comenzó a negar con la cabeza.
—Si me dejara intentarlo, yo sé que puedo cumplir con sus expectativas, Señor —Le pedí.
—¿Cómo puedes estar tan segura? Tampoco sabes quién soy yo —dijo tajante.
—Sí, lo sé —Lo corté sin darle oportunidad a seguir negándose—. Usted es un empresario que desde muy joven comenzó a realizar importantes negocios inmobiliarios y…
—No me refiero a eso y lo sabes —aclaró.
—Yo sé lo que usted es —dije segura.
—Entonces dilo. En voz alta.
—Un dominante —susurré.
—¿Tienes miedo?
—No.
—Deberías.
—Déjeme intentarlo —insistí.
—No —caminó sin dejar de mirarme—, tú no sirves para esto, no es para ti.
—Por favor.
–¿Por qué quieres esto?
Bajé la mirada nerviosa pensando en cómo explicarle mis deseos de pertenecerle. No sabía cómo hacerlo porque ni yo misma podía entenderlo, simplemente era algo más fuerte que yo, algo que me llevaba a pedirle que me tomara como su obediente aprendiz para darle toda la satisfacción de la que fuera capaz y en el intento, obtener la mía propia.
—Ni siquiera eso puedes contestarme —dijo enfadado y se acercó a mí. A mis espaldas. Pude sentirlo oliéndome, respirando mis nervios, mi ansiedad y mi deseo.
Respiraba por la boca, angustiada, pensando en qué decirle para que no me rechazara cuando sus dedos me tocaron. Bajaban despacio por mis brazos, dejando un rastro caliente por donde me rozaba incluso a través de la tela. Al llegar a la altura de mi cintura, colocó ambas manos ahí apretándolas pero sin hacerme daño; me tensé al sentir que continuaban su trayecto por mis caderas, frotando en suaves círculos.
—Necesito asegurarme de que sabes en lo que te estás metiendo —Su nariz se enterró en mi pelo, aspirando mi esencia—. Que sabes de qué se trata todo esto, porque estoy seguro que solo es un capricho tuyo, mi querida Isabella y yo no tolero, ni perdono los caprichos de una chiquilla que se piensa astuta.
—No, yo no…
—Cállate —ordenó y me encogí un poco—. Tendrás que convencerme de que deseas esto, deberás demostrarme qué tan ávida estás por entregarme tu sumisión —dijo en mi oído—, porque una vez que así sea…
Enredó mi pelo en una de sus manos y tiró de él hasta que levanté la cabeza al mismo tiempo que solté un gemido, dejando libre para sus labios el acceso a mi cuello. Sin embargo, no lo besó, sólo rozaba apenas mi enfebrecida piel. Sus manos vagaron libres por mi torso y mi vientre, presionándome contra él. Mis ojos se abrieron de golpe al sentir en mis nalgas su poderosa erección, empujando contra mí, presionándose y encendiendo aún más mi cuerpo que se consumía con un deseo que estaba muy lejos de ser satisfecho.
Se separó de mí abruptamente y con un chasquido de su lengua el caballo se acercó. Me tomó de nuevo por la cintura y me subió a él, sorprendiéndome otra vez por sus inesperados movimientos. Colocó un pie en el estribo y se impulsó sobre él animal volviendo a quedar pegado a mí. El caballo movió la cabeza alcanzándole las riendas que él tomó entre sus manos, rodeando mi cuerpo y apretándome a él con mucha más fuerza que antes. Podía sentir cada respiración suya, cada esfuerzo de sus piernas para dirigir al caballo, haciéndolo girar para volver por el camino; el animal relinchó y Edward le jaló las riendas.
—Soo, calma, tranquilo —dijo al caballo y este pareció entenderlo porque enseguida giró y a trote suave tomó el camino por donde veníamos.
Edward no hablaba, pero podía sentir su respiración en mi oído y la calidez de su aliento detrás de mí oreja. Era lo único que me faltaba para tener alterados mis sentidos y ser incapaz de razonar con algo de lucidez. Sólo podía esforzarme por mantenerme erguida y no dejar que mi cuerpo se derritiera entre sus brazos. Eso sí que sería como darme un tiro de gracia, la señal que él estaría esperando para alejarme y mandarme al diablo de una vez por todas.
Nos acercamos al club poco a poco, ya podía divisar a lo lejos algunos de sus edificios. Tenía prisa por llegar y correr hasta mi auto para irme a casa. Había tenido demasiado de él por ese día y necesita procesar cada segundo de nuestro encuentro, palabra por palabra y cada mirada suya; así como él me había analizado, de la misma forma tenía que hacerlo yo para ir formándome una idea más concreta de Edward Cullen, porque no era suficiente con mi arrebato infantil de proponerme como su ferviente pupila. Y lo reconocía, había sido un estúpido impulso pero a esas alturas, algo de él me atraía como un imán y no podía ni quería alejarme. Sólo tenía que conocer perfectamente la tierra que a partir de ese momento pisaría.
Aspiré por la boca al sentir su mano posarse en mi ingle, sosteniéndome firmemente contra él aún más si es que eso fuera posible. Lo escuché soltar una risita muy bajo y con sus talones, golpeó al caballo en los costados para ir con más velocidad.
—¡No! —grité cuando el equino lo obedeció.
—No pasa nada —me apretó más contra él—, confía en mí.
—¡No!, ¡tengo miedo! —volví a gritar—. Por favor…
Él jaló las riendas y el caballo fue aminorando el galope hasta que estuvo completamente detenido. El miedo provocó que mi pecho subiera y bajara por mi respiración agitada. Su mano abandonó mi ingle y subió a mi cintura junto con la otra para bajarme bruscamente del animal con un movimiento inesperado. No me bajó con cuidado y tampoco fue delicado, pero agradecí estar con los pies bien plantados en una superficie segura.
—Estoy seguro que tus botas necesitan aflojarse —dijo tranquilamente.
—¿Cómo? —abrí los ojos desmesuradamente—. No estará pensando en dejarme aquí, ¿verdad?
—No te preocupes que por aquí no hay animales salvajes, pero apresúrate porque va a empezar a llover como ayer y no debes enfermarte, no soporto a alguien enfermo cerca de mí —dijo engreído—. Y escucha bien porque yo no repito las cosas.
—¿Qué? —solté furiosa por lo que me estaba haciendo.
—Modera tu tono Isabella —Jalaba las riendas del caballo y este relinchaba—. Que no le estás hablando a ninguno de tus amiguitos.
—No, ellos nunca me dejarían aquí —respondí algo altanera y después me arrepentí bajando la cara.
—Te quiero siempre lista y dispuesta para mí, ¡siempre! Sin pretextos —giró con el animal y se fue de ahí como alma que lleva el diablo, dejándome sola en medio del bosque, a punto de que comenzara a caer un diluvio y con un par de putas botas nuevas y duras.
***.
Me di un baño con agua muy caliente; pude salvarme de la lluvia, pero no de unos adoloridos y ampollados pies. Me puse un ungüento y maldije al par de botas que parecían burlarse de mí. Las coloqué en la habitación de visitas, cerré la puerta y me acosté en mi cama pensando en ese fatídico día. Nunca imaginé al levantarme esa mañana que un par de horas más tarde estaría con él de esa forma, no lo pensé. Para ser honesta, no pensé en nada al salir de casa para ir a buscarlo. Fue solo un impulso estúpido pero sabía que volvería a salir corriendo a buscarlo porque… porque bueno, yo solo lo sabía.
Y él también sabía que yo no iba a dejar de insistir. Por eso me había dado una oportunidad y debía ser muy inteligente y poner todo de mi parte para no reaccionar como lo había hecho porque, de lo contrario, me mandaría al diablo en un segundo y yo me quedaría sola y sin haber experimentado nada de lo que quería.
Las chicas llamaron. Estaban desesperadas por saber cómo me había ido con Max el día anterior y les conté con lujo de detalles, ellas gritaban emocionadas y juraban que ya me lo había echado a la bolsa, que ya lo tenía comiendo de mi mano y que no tardaría en darles la buena noticia de que él y yo, ya éramos algo más que amigos. Para mi buena suerte casi no me reclamaron el que no les hubiera respondido sus mil llamadas ese día porque les dije que tuve que ir a la agencia para terminar el proyecto. Me creyeron, porque ¿dónde más hubiera podido estar? Ellas no hicieron gran cosa; solo se pasaron el día holgazaneando, Alice consolando a Rose que seguía esperando una llamada de Emmett y Alice por su parte, esperando una de Jasper. Colgué con ellas prometiéndoles que les llamaría para contarles cómo me había ido con el proyecto y luego me envolví entre mis sábanas.
Me dormí un rato, pero mi estómago vacío gruñó con fuerza. Entonces recordé que no había comido nada en todo el día. Me levanté y fui a prepararme algo de cenar. Un sándwich y un vaso de leche fueron suficientes para calmar mi hambre y poder volver a la cama. Estaba exhausta y después del baño, de dormir un par de horas y de haber cenado, la caminata que Edward Cullen me había obligado a dar hasta las caballerizas se dejó sentir a todo lo que daba. Pero me lo tenía bien merecido, ¿o no? Quise pensar que sí, ya que no debí responderle de ese modo, por lo que suponía que ése había sido mi primer castigo. Debía medir mis palabras y no cuestionar sus órdenes. Sabía también que eso iba a suponer un esfuerzo meteórico de mi parte, pero tenía que intentarlo. Y lo de confiar en él… eso ya eran palabras mayores. Yo solamente confiaba en Alice y en Rose.
Esa noche dormí tranquila hasta que un caballo negro se apareció en mi sueño. Corría y corría, sin detenerse a ninguna orden de su amo. Él simplemente avanzaba desbocado conmigo en el lomo, muerta de miedo. Corrió hasta que poco a poco fue deteniéndose en una playa de arenas muy blancas y el mar muy azul.
¿No era esto lo que querías? “¿No lo era, Bella?”
Alguien me gritaba desesperado, pero yo no hacía caso, solo caminaba adentrándome en el mar alejándome de todo.
Cuando mi despertador sonó, sentía que no había dormido lo suficiente. Tenía lágrimas secas que se habían deslizado hasta mis sienes. Otra vez esas pesadillas me dije, pero me levanté y fui al baño por una fresca ducha y me vestí lo más alegre que pude para salir hacia la agencia. Un café y una dona me recibieron al llegar. Jane se estaba ganado a pulso el cielo por esos detalles.
—¿Qué hiciste el fin de semana Bella? ¿Caminaste por las brasas en un retiro extraño o qué cosa? —me miraba los pies.
—Oh, no —dije restándole importancia a mis amplios Crocs*—. Es solo que me estrené unas botas y me destrozaron los pies —maldije al Señor con todas mis fuerzas. Me dolían los pies mucho más que el día anterior.
—¿Botas? —Me miró enarcando una ceja—. Más bien creo que te compraste una cámara de torturas para cada pie, yo que tu demandaría al fabricante de esas cosas. ¿Ya te viste caminar?
—No es gran cosa Jane, por cierto, gracias por el café y la dona —le guiñé un ojo—. Me estoy acostumbrando —dije dándole una mordida.
—De nada, algo dulce en el sistema ayuda a funcionar mejor.
—Tienes razón, solo que después tendré que pagar el precio por funcionar mejor —hice comillas— en un gimnasio.
—No exageres y revisemos esto —Le dio una mordida a su segunda dona.
Ya solo faltaba ultimar algunos detalles para hacer la presentación del proyecto y esperar por la decisión del cliente. Estábamos muy orgullosas de nuestro trabajo porque sabíamos que era bastante bueno y, además, lo realizamos en muy poco tiempo. Yo, además de orgullosa estaba muy contenta porque bien había valido la pena tanto buscar trabajo y encontrarlo en Alter Medios. Estaba muy a gusto ahí y tener de compañera a Jane, era toda una delicia. Ambas llevábamos poco tiempo trabajando ahí, pero en ese par de meses vimos que la cartera de clientes había aumentado considerablemente, lo que nos beneficiaba de forma directa, ya que por ese pequeño motivo, Olivia tendría que asignarnos proyectos de mayor importancia y, por lo tanto, necesitaría contratar personal para que se ocupara el tedioso trabajo que nosotras realizábamos. La agencia sin duda iba creciendo y aunque era una agencia pequeña aún, ya poco a poco estaba ganándose un nombre importante en el medio publicitario.
El día transcurrió sin mayor problema. Pulimos nuestro trabajo y dejamos todo listo para reportárselo a Olivia al día siguiente y, un día después, al cliente si es que no tuviéramos que hacer alguna modificación que nos indicara nuestra jefa. Salimos algo tarde de la agencia pero nos fuimos a tomar una cerveza y a comer a un buen lugar porque nos merecíamos un premio. Después de un buen filete, me despedí de Jane y me encaminé muy despacio hasta mi auto para volver a casa; necesitaba mi pijama y subir mis adoloridos piececitos sobre un par de pomposos cojines. Al llegar, lo primero que hice fue aventar los Crocs y caminar en calcetines, ya no los aguantaba. Un rato después, ya estaba instalada en mi cama con los pies en almohadones, justo como lo había añorado todo el bendito día. Poco a poco fui quedándome dormida.
Tú también lo querías, Bella. No era sólo yo.
Un par de ojos oscuros aparecieron frente a mí. Me miraban molestos, tal vez algo asustados y yo lloraba. Mis manos cubrían mi rostro y otro par de manos ponía algo sobre mis hombros y me alejaba de él. Una voz muy suave y delicada me confortaba mientras que me acariciaba. Me sentía protegida por esas manos, a salvo.
Me desperté respirando algo agitada y lentamente me fui calmando. Acomodé mis almohadas y volví a acostarme. No fue difícil quedarme dormida de nuevo y lo que restaba de la noche, dormí tranquilamente. Por la mañana me levanté con energías renovadas y sonreí al ponerme los zapatos y ver que ya no me lastimaban los pies.
En la agencia Jane me recibió con la consabida dona y la taza de café. Desayuné apurada porque Olivia ya estaba esperándonos y, al terminar, nos dirigimos a la sala de juntas con los storyboards y los CD’s para hacer nuestra presentación. Olivia quedó muy complacida y nos felicitó.
—Es un trabajo estupendo chicas, estoy segura que el cliente estará muy contento —dijo asintiendo, nos dio unos consejos para la presentación al cliente y salió de la sala de juntas con una sonrisita en los labios.
—¿De qué se reiría, Bella? —Jane y yo la seguimos con la mirada.
—No lo sé, pero al menos sé que molesta no estaba —me encogí de hombros.
—Tal vez el clima la esté afectando —se burló—, o quizás esté saliendo con alguien, ya sabes que cuando estás enamorada te ríes hasta con la pared.
—¿Hablas por experiencia propia, Jane? —Alcé las cejas.
—Por supuesto, no me digas que no te ha pasado igual. —Me dio un empujón con la cadera.
—Ya, ya, vámonos —Salí de ahí dando por concluido ese tema.
Por la tarde, nos fuimos temprano a casa y al estar ya tirada en mi sillón viendo tele, decidí llamar a las chicas para mantenerlas al tanto de mi día antes de que me llamaran ellas reclamando mi atención. Tenían buenas noticias, al menos Rose sí. Emmett la había llamado y habían quedado para comer al día siguiente. Estaba feliz.
—Tienes que disculparte con él, Rose —dije advirtiéndole.
—Yo creo que tú deberías darle una disculpa también, después de todo fui acompañándote a ese tonto partido de polo. —Me reclamó.
—Si le hubieras hecho caso, todo marcharía bien, pero se te hizo muy fácil ir al bar en venganza y eso fue muy infantil de tu parte —me defendí—. Admítelo.
—Lo sé, pero no era para que se pusiera así.
—Ponte en su lugar y luego me dices cómo se ven las cosas desde allá querida —dije sarcástica.
—No le hagas caso Rose —dijo Alice—, ya falta muy poquito para que te toque darle tus sabios consejos, es muy fácil ver los toros desde la barrera. ¿Verdad, querida?
—Lo que sea Alice, no voy a discutir hoy.
—Está bien —admitió Alice—. Suerte mañana Bella, llama para avisarnos como te fue.
—Suerte, Bella —dijo Rose.
—Suerte para ti también Rose.
—¿Estamos bien? —preguntó tímida.
—Claro, tonta —sonreí —. Soluciona lo tuyo con Emmett, ese chico me cae bien.
—Creo que ya nos dimos cuenta Bella —rió Alice.
Yo también me reí.
—hasta mañana niñas —me despedí. Me acomodé en mi sillón y vi un programa más antes de irme a la cama.
Dos días enteros habían pasado y no sabía nada del Señor ‘te quiero lista y dispuesta’. Yo esperaba que no se tardara mucho en ‘requerirme’. Era verdad que ese par de días había estado muy ocupada con el proyecto pero lo cierto era que no me lo podía sacar de la mente. Recordarlo con ese pantalón blanco y esa camisa negra y ¡su olor! A madera con un poco de sudor… uf, subía mi temperatura y el calor se concentraba en determinadas zonas de mi cuerpo. Mi pie comenzaba a moverse nervioso bajo mi escritorio y las manos me temblaban. Si me sucedía eso y solo me había tocado no quería pensar qué me ocurriría cuando me graduara como su aplicada alumna. ¿Sería pronto?
Pensando en él me quedé dormida. Descansé bastante bien sin sueños raros ni desagradables pesadillas. Escogí mi ropa de acuerdo a la importancia del evento. Me arreglé y antes de salir de casa, me di un vistazo al espejo. Me veía bien. Medias negras transparentes, una falda lápiz negra, blusa blanca, un cinturón ancho y mi trench rojo. ‘Vestida para matar’ como decían las chicas.
Esa mañana Jane estaba tan nerviosa que no hubo ni taza de café ni dona. Bueno, el café sí, pero fue el aguado y amargo de la oficina. Preparamos la sala de juntas y pusimos en cada lugar en la mesa una carpeta con toda la información del proyecto. Checamos que el cañón proyector funcionara bien, así como también preparamos una jarra de café decente y pusimos botellitas de agua y galletas. La reunión estaba programada para las once de la mañana y faltaba un poco menos de media hora. Nuestros clientes —muy puntuales— llegaron unos minutos antes y pasamos a la sala de juntas con Olivia y otros dos socios de la agencia. Comenzamos la presentación y expusimos todo nuestro trabajo. Recalcamos los puntos fuertes y les aconsejamos cómo debería manejarse la campaña publicitaria para obtener los mejores resultados en la comercialización de su empresa. Al final, estaban tan satisfechos y felices por nuestra exposición que obtuvimos sus aplausos.
“Flannagans, con el sabor de casa”.
—Tan sencillo y tan atinado —dijo el Sr. Flannagans—. Que nunca se me hubiera ocurrido, es perfecto.
—¡Vaya! —exclamó sorprendida Olivia— debo reconocer que lo han hecho mucho mejor de lo que esperaba.
Nos miraba con una gran sonrisa en la cara y asentía constantemente. Jane y yo estábamos hinchadas de orgullo y felices por el reconocimiento que nos habíamos ganado de parte de los clientes y de Olivia, que aunque era muy buena persona, los halagos y las felicitaciones no se le daban tan fácilmente y, esa tarde, ella no estaba escatimando en llenarnos de ellos.
—No saben lo feliz que me hace ver un trabajo impecable —Su fila de blancos dientes brillaba—. Ahora ustedes, además de un bono, porque nuestro cliente se fue feliz y firmó el contrato que por supuesto ustedes manejarán, se han ganado un ascenso.
—¿Hablas en serio? —Jane le preguntaba incrédula.
—Claro, me han ido demostrando que son capaces de manejar grandes proyectos, son muy profesionales y me da mucho gusto que estén siendo parte activa del crecimiento de esta agencia, además que se lo merecen por trabajar tan duro —No dejaba de sonreír.
—Muchas gracias Olivia —dije emocionada—, por confiar en nosotras y darnos este proyecto.
—Nada de gracias, se lo ganaron. Ahora váyanse de aquí a celebrar por ahí —Extendió las manos sacudiéndolas para sacarnos de su oficina.
—¿No necesitas nada más? —pregunté.
—¿Qué? Desde luego que no —Negaba con la cabeza—. Fuera, vayan a festejar por ahí… ¡ah no!, perdónenme.
Jane y yo nos quedamos quietas esperando saber qué era lo que teníamos que perdonarle.
—Recojan sus cosas y desalojen esa oficina que la nueva les espera —estaba gozando viendo nuestras caras de asombro—. Vayan, apúrense porque si en una hora no veo esa oficina ocupada, ¡las despido!
Jane y yo salimos disparadas a mudarnos de oficina y una vez que terminamos de acomodarnos en la nueva que era amplia y llena de luz natural que entraba por el gran ventanal, nos fuimos a festejar solitas, ya que tanto Ethan como las chicas aún estaban trabajando. Nos fuimos a un pub y nos consentimos primero con un par de cervezas. Pedimos algunas tapas y cambiamos por vino tinto.
—Nunca dejaré de agradecer por el día que te apareciste en la oficina, Bella —decía Jane ya algo afectada por el alcohol—. Creí que tendría que trabajar con algún gorilón de esos que fueron a hacer la entrevista.
—Y yo pensé que nunca encontraría trabajo, ya me estaba dando por vencida, creí que terminaría trabajando con mi padre —Admití mi miedo de esos días.
—¿En qué trabaja él? —Quiso saber.
—Tiene algunos negocios con el acero —dije vagamente.
—Ya veo —Me dio un golpe suave con el puño cerrado—. Tú no tienes nada que ver con eso.
—No —admití levantando mi copa—. ¡Salud, Jane!
—Salud amiga.
Un rato después nos despedíamos y me marchaba a casa. Estaba feliz. No podía esperar para contarle a papá y a Carmen ni a las chicas. Eso merecía otra salida para celebrar con ellas. Llegué a casa y en la puerta, un hombre grande con traje oscuro me esperaba.
—¿Señorita Swan? —preguntó parco.
—Sí —dije y luego me arrepentí, ya que no sabía quién era ese hombre.
—Esto es para usted —dijo dándome una caja con un brillante moño rojo. La tomé y lo miré confundida—, con permiso.
El hombre se fue antes de que pudiera preguntarle algo y me dejó más intrigada que nada. Saqué con dificultad las llaves de mi bolso y abrí mi puerta. Me quité el trench, los zapatos y corrí a mi habitación con la caja del moño rojo en las manos. Rápidamente lo arranqué de la caja, con desesperación porque si mi intuición no me fallaba, esa caja me la enviaba el Señor ‘lista y dispuesta’.
La abrí con cuidado y envuelto con papel de seda blanco como los regalos del domingo, estaba un vestido de satén rojo. Lo saqué despacio, admirándolo. Era largo, hermoso y muy suave. Después de varios segundos, revisé de nuevo la caja y encontré una tarjeta con la caligrafía perfecta.
Úsalo esta noche.
E. Cullen.
¿Esta noche? Pero si era tardísimo. Yo no pensé, no creí… Ya basta Bella. Él te dijo que te quería siempre… si, si, ‘lista y dispuesta’.
Dejé de hablar sola y con rapidez fui a darme una ducha y, al salir, decidí que lo mejor era hacerme un moño sencillo por falta de tiempo y me maquillé muy sutil también por las prisas, solo polvos, el delineador muy tenue, en mis pestañas rímel y los labios tan rojos como el vestido. Me puse una tanga de hilo para que no se me marcara ninguna costura con la tela tan suave, el brassiere del mismo color piel y mis zapatos rojos, muy altos.
¡Dios mío! Pero si eres la puta Caperucita Roja, me dije al verme al espejo. Tomé un abrigo negro, mi pequeña cartera y sonaron un par de golpes en mi puerta. Comencé a respirar por la boca para no hiperventilar y con toda la calma de la que pude hacer acopio fui a abrir la puerta.
—Buenas noches Señorita Swan —dijo el hombre moreno, alto y fornido con un traje muy elegante—. Acompáñeme por favor, el señor Cullen la espera.
Salí de casa y cerré mi puerta. Seguí al hombre al ascensor y una vez afuera, un chofer me abría la puerta de un Jaguar negro. El chofer subió a su asiento y el hombre se sentó en el asiento del copiloto. Un silencio se prolongó durante todo el trayecto durante el cual me llené de preguntas, dudas y suposiciones que iban desde el porqué había mandado a su ayudante a buscarme, pasando por mis momentos de terribles dudas en los que mi inseguridad me decía a gritos que me bajara de ese auto y corriera a esconderme a mi apartamento y, finalmente, pensando si esa noche Edward Cullen haría conmigo todo lo que me había dicho en el bar. Eso era suficiente para que el temblor de mis rodillas no pasara desapercibido tan fácilmente.
El auto avanzaba y se dirigía al exclusivo distrito de Knightsbridge. Pasamos el Museo de Historia Natural y después de avanzar un par de calles, el auto se detuvo frente a un edificio de unos diez o doce pisos. No conservaba el estilo clásico inglés de la mayoría de los edificios de la zona; se veía nuevo y moderno, pero sin desentonar con las construcciones a su alrededor. El hombre abrió mi puerta y me ayudó a bajar del auto. Me cerré instintivamente el abrigo porque ya el clima de Londres había cambiado y ya se dejaba sentir el frío húmedo. Entré al ascensor y el hombre oprimió un botón que no tenía ningún número o algo que te indicara hacia donde te llevaba.
Subí sola y mientras llegaba al piso indicado, mis piernas se sentían como un flan, me temblaban las manos y también mi labio inferior. En ese momento todo se detuvo a mi alrededor cuando me pregunté otra vez si estaba segura de lo que estaba haciendo, mis dudas y temores de pronto me llegaron a la cabeza y se agolparon en mi mente haciéndome dar un paso hacia atrás. Las puertas del ascensor se abrieron y todos mis pensamientos detractores se esfumaron al ver al hombre que esperaba ahí por mí.
—Isabella —Extendió una mano hacia mí y la tomé.
Di un paso hacia él y no pude encontrarlo menos atractivo. Me miró de arriba abajo y en su adusto rostro intentó dibujarse un atisbo de sonrisa. Me acercó a él y su aroma llenó mis fosas nasales llegando hasta mis pulmones disparándose y alertando todos mis sentidos. Se inclinó un poco y cerré los ojos levantando mi rostro al mismo tiempo, ofreciéndole mis labios y esperando un beso, pero él sólo acercó los suyos a milímetros de los míos.
—Bienvenida.
Abrí los ojos confundida por no haber recibido ni un toque de sus labios. Me obligué a reponerme de mi pequeña decepción y me dejé llevar por él hacia el interior de su penthouse que, simplemente, era hermoso. Con una decoración ecléctica y por demás elegante, el lugar se lucía con sus tonos grises, plomos y aceros; como le gustaría eso a mi padre. Altas columnas se erigían llegando hasta el piso superior dándole profundidad al amplio salón; sus sofás, sillas y mesas combinaban armoniosamente con los objetos de colección que estaban colocados en sitios estratégicos para poder ser admirados; no eran muchos, solo los precisos. Lámparas de pantallas blancas coordinadas con las largas e infinitas cortinas que vestían los altos ventanales. Los cojines de Shantung de Seda ordenados en los sillones frente a la otomana sobre la alfombra en color blanco viejo que a su vez cubría el piso de madera oscura pulida y brillante. Al fondo, detrás de dos columnas anchas recubiertas de espejos cromados, una habitación albergaba un gran piano negro de cola y junto a esta, un pequeño vestíbulo al pie de las escaleras llevaban al segundo piso. Todo en una decoración exquisita que revelaba el buen gusto de su dueño.
—Gracias —dije apenas en un murmullo—. Esto es… precioso.
—Me alegra que te guste —habló con su tono ecuánime—. Es un poco tarde ya, creo que debemos pasar al comedor —me quitó el abrigo mientras hablaba y al irse descubriendo mi piel, su voz se hacía más grave. Me condujo a la mesa y una vez sentados, su intensa mirada me mantuvo inquieta. Sirvió vino en las copas y me dio una.
Chocó ligeramente nuestras copas sin brindar por nada. Solo sonrió antes de tomar un buen trago de vino y me encantó ver esa sonrisa espontánea que se escapaba de sus labios. Se relajó en su silla recargándose en el respaldo. El silencio me estaba volviendo loca y su penetrante mirada aún más todavía. Un mayordomo sirvió la cena con la ayuda de una joven que se veía estaba igual de nerviosa que yo.
—Háblame de ti, Isabella —dijo al llevarse a la boca un pedazo de pato a la ciruela. Quedé petrificada al escuchar lo que me pedía, no porque mi vida fuera un secreto, pero no me gustaba hablar de mí. No era buena en eso.
—Yo, soy hija única y, y mi padre vive en San Francisco —hice una pausa—. Mi madre murió y desde eso he vivido en Suiza y luego aquí en Londres hasta el día de hoy, lo demás, usted ya lo sabe —sonreí—. Conoce hasta mi talla de ropa y zapatos.
Me miró serio enarcando una ceja.
—Te pedí a ti que me lo dijeras y sigo esperando que lo hagas.
Justo cuando empezaba a relajarme me pide eso. ¿Qué no veía que me era muy difícil hablar de mí? Me tensé y tragué en seco; dejé mi tenedor en el plato y bajé mis manos a mi regazo.
—Estudié en el internado Sacré-Coeur hasta los dieciocho años y luego vine a Londres para estudiar diseño gráfico y publicidad en la Universidad de las Artes —Casi murmuraba al hablar—. Y mis dos mejores amigas también viven aquí.
—Gracias por la información, pero no es eso lo que me interesa saber —hizo una pausa—. Cuéntame de tus amigos.
—No tengo muchos amigos —bufó ligeramente y supe por qué lo hacía.
Terminamos de cenar, pero yo sentía que el ambiente era tan denso que se podía cortar con un cuchillo; estaba incómoda y él en cambio parecía relajado, desde luego que sí, estaba en su terreno. Sirvieron el postre, strudel de manzanas, que solo probé, no tenía estómago para eso.
—Ve a la sala —me ordenó—, estaré contigo en un momento.
Me puse de pie y él retiró mi silla. Fui a la sala confiando en que mis piernas no me defraudarían. En lugar de ir directamente a un sillón, rodeé el salón para poder mirar un poco más, sobre todo, la habitación donde estaba el piano.
—¿Tú tocas? —Me sobresalté al escucharlo detrás de mí.
—Lo siento, no —admití.
—Lástima —Mi hombro sintió una caricia y giré rápido mi rostro. Sus dedos rozaban imperceptiblemente mi piel pero su calor podía sentirlo plenamente.
—Hay algo, Isabella —Sus dedos bajaron por mi brazo—, que necesitamos dejar en claro. —Rozó con los dedos de su otra mano una superficie de la columna de espejos cromados y la luz del salón bajó considerablemente, dejando el espacio en una suave penumbra. Su mano se cerró alrededor de mi brazo y cuando pude darme cuenta, estábamos en un sofá y yo sentada en sus piernas.
—Hay cosas que voy a querer de ti —Su nariz delineaba con lentitud mi cuello; yo respiraba por la boca sin notar lo agitada que me encontraba— y tú deberás obedecer, sin importar nada más. Ahora ya sabes que no acepto que me cuestionen, ¿verdad?
Asentí al recordar su primer castigo al bajarme del caballo y hacerme caminar con esas malditas botas duras y nuevas, solo por responder un poco ofuscada.
Sus dedos acariciaban mi cuello y muy despacio bajaban al valle de mis senos, mis pezones reaccionaron dejando en evidencia mi obvia excitación al resaltarse bajo la tela. Mi rostro ardía, no se podía ver claramente, pero podía jurar que estaba del mismo color de mi vestido. Rojo, caliente, como todo mi cuerpo que había disparado su temperatura hasta el grado de querer retorcerme entre sus brazos. Me recostó contra su pecho y descansé mi cabeza en su hombro dejando expuesto todo mi torso y él no desaprovechó mi postura ya que su mano recorría mi cintura, mi vientre y finalmente la sentí en mi ingle frotándose de arriba a abajo. Yo no sabía si seguía respirando; su contacto no me hacía consciente de nada, sólo de él y de sus caricias.
—Hay un par de cosas que quiero que hagas, Isabella —Su voz ronca murmuró en mi oído y yo asentí—. No me respondas con señas, habla cuando te lo pida.
—Sí… Señor —respondí temblorosa.
—Cuando vuelvas aquí, ya deberás haber cumplido con eso —Su mano ya tocaba la piel bajo el vestido, pasando por mis muslos y llegando a la unión entre mis piernas; un jadeo inesperado salió de mi boca—. Aunque veo, con placer, que no habrá necesidad de hacer mucho.
Con sus dedos, hábilmente hizo a un lado la minúscula porción de tela de la tanga, los introdujo por mis pliegues húmedos y mis jadeos fueron más audibles. ¡Dios! Esto era infinitamente mejor que lo que había imaginado sentir, era, era… mi respiración… él detuvo las deliciosas caricias que me estaba dando y se puso de pie repentinamente, llevándome con él hacia el piso superior. Me rodeó la cintura con un brazo procurando sostener mi cuerpo tembloroso y me aferré a él para no caer porque no estaba muy segura si mis piernas me responderían.
Llegamos a una habitación muy grande, eso fue lo único que pude distinguir, su amplitud así como la de la gran cama en donde me recostó, quitándome los zapatos y él hizo lo mismo, desabotonándose además la camisa. La sutil iluminación no me impidió admirar su pecho musculoso, trabajado pero no demasiado; sus pectorales definidos cubiertos por un camino de vello que iba desde su garganta hasta donde su pantalón me permitía ver. Se puso sobre mí, ambos vestidos. Me olió, tocó mi cabello al deshacer el moño que lo mantenía recogido, colocó su mano en mi cuello, donde latía mi pulso acelerado, la bajó hasta el valle de mis senos sintiendo mi agitación. Subió mi vestido hasta mis muslos y luego se retiró.
—Quítate el vestido —abrí los ojos ante su súbita orden y lo miré—. Ahora —exigió y se hizo a un lado para darme espacio. Me deshice del cinturón y me senté sobre mis talones para hacer mis movimientos menos torpes. Lo subí por mi cuerpo y lo pasé sobre mi cabeza, lo dejé a un lado y me quedé en la misma posición mirando mis manos sobre mis muslos, con pena.
—Coloca tus manos en la espalda e inclínate hacia el frente. —Al escuchar su demanda cerré los ojos e hice lo que me pidió. Di un brinco cuando desabrochó mi brassiere y sentí sus dedos recorrer mi columna desnuda llegando hasta mis nalgas las cuales acarició con suavidad. Olió mi espalda y mi cuello pasando al fin sus labios por mi piel. Gemí. Suspiré. Me excité aún más y él seguía reconociendo mi cuerpo.
—Levántate —obedecí con las manos sobre mi pecho y manteniendo la cabeza baja—. Acuéstate y coloca tus brazos sobre la cabeza —Con los ojos cerrados apoyé mi espalda contra el colchón y junté mis piernas sin notarlo, comencé a aspirar profundo para poder completar su orden. Con más nervios porque no le gustara lo que veía que con miedo. Levanté los brazos dejando libre mi pecho, mis senos se elevaban conforme a mi respiración y sus puntas erectas casi dolían de ansiedad por sentir su contacto.
Ya no había tela de por medio y yo deseaba que siguiera reconociendo mi cuerpo, era algo más fuerte que yo, un deseo que jamás imaginé fuera tan abrasador que me llevara a arquear mi espalda en una clara invitación acompañada de un jadeo.
—¿Me estás apresurando? —preguntó con una falsa incredulidad—. Espero que no, porque ya sabes que todo es a mi modo, cuando yo diga, como yo quiera… —Su ronca voz me envolvió entorpeciendo mis confundidos sentidos y abandonándome a su entera voluntad.
Traté de ser más mesurada, me esforcé, contuve mis gemidos, mis jadeos y fui recompensada con una caricia en un lugar inesperado. Con una hábil maniobra me despojó de la tanga y luego separó mis piernas con la mano que subió desde el interior de mis rodillas hasta mi centro. Mordí mi labio, fuerte, no queriendo parecer demasiado ansiosa y casi lo hice sangrar al sentir que profundizaba su caricia, internándose en mis pliegues, resbalando con facilidad por mi humedad. Mi corazón junto con sus latidos, se agolpó en mi garganta y tragué inútilmente intentando regresarlo a su lugar provocando que mi respiración se agitara ignorando mis esfuerzos por mantenerme contenida.
Con la yema de sus dedos rodeó mi clítoris, jugó a su alrededor y lo tocó, presionándolo, arrancándome un ligero grito. No estaba segura de poderme resistir ante tal cúmulo de sensaciones, no quería, era muy difícil y yo solo quería sentir… sus dedos abandonaron mis pliegues y otro jadeo me traicionó cuando su boca atrapó mi pezón derecho. ¡Dios! Iba a morir. Abarcó un poco más de mi duro pezón, chupándolo, jugando con su lengua sobre él mientras su mano aún frotaba mi entrepierna. Se inclinó un poco más y mi pezón izquierdo fue el que recibía tan maravilloso trato atrapándolo entre sus dientes. No fue muy suave, pero no me hizo daño, al contrario, era algo inesperado y debido a la sorpresa fue mucho más excitante. Creí enloquecer, moví desesperada la cabeza contra el colchón buscando algo de alivio pese a que sabía bien que no lo obtendría de esa forma. El calor aumentó y cuando una fuerza mucho mayor que la que conocía comenzó a levantarse en mi interior, introdujo un dedo en mí.
—¡Ah!
Profundo, duro y después de esperar mi reacción por su inesperada intromisión, un suave bombeo comenzó azuzando esa fuerza que amenazaba con crecer devastando todo mi ser. Mis jadeos salían de mi boca desvergonzados, sin recato, esperando que esa caricia más que íntima me hiciera reventar desde mi interior. Estaba cerca, lo sabía, lo sentía mientras su dedo mágico se movía y su boca me mantenía alejada de la realidad, de la razón. Un poco más, solo un poco y… sorpresivamente su dedo abandonó mi interior y su boca mi seno dejándome al borde de mi liberación, del anhelado abismo al que quería caer… ¡No!, ¡no!, ¡no!
Se separó de mí y se puso de pie dándome la espalda.
—Vístete —giró un poco la cabeza sobre su hombro, pero sin verme directamente—, Paul te llevará a tu casa.*
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Con cariño Li y Jo.
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